viernes, 13 de julio de 2012

¡Qué envidia!


Hola, mis pequeños y pequeñas ¿como ha ido la semana? Espero que halla sido productiva en todos los sentidos. Hoy os traigo un tema bastante común, sobre todo entre las mujeres. 

Envidiamos el pelo de nuestra amiga, nos gustaría tener la misma habitación de nuestra vecina, querríamos tener el hombre de los sueños que tiene nuestra hermana, desearíamos lucir un precioso anillo como nuestra profesora y si pudiésemos, alardearíamos de nuestras vacaciones por las  islas griegas tal y como hace nuestra peluquera.

Sí, queremos lo que no tenemos, y sólo anhelamos poseer aquello envidiado cuando lo conocemos. Hasta ese momento, no existe necesidad alguna por llenar nuestras vidas con el objeto, la persona o el hecho en cuestión, pero saber de su existencia se convierte en un estremecedor sentimiento de vacío que nubla nuestra mente y se apodera de nuestro ser. Puede que se trate de un sentimiento fugaz, o por el contrario, perdure noche y día a la espera de ser correspondido. En ese caso, nosotros pasamos a ser simples súbditos de un entramado mental que, sin saberlo ni quererlo, ha dictaminado el inicio de una eterna guerra.

Pensamientos repetitivos que persiguen un objetivo, planes que intentan conseguir el apreciado motín, palabras que hablan más del otro que de uno mismo...Todos ellos actúan como pequeños soldados que, unidos, se proponen cumplir con una única misión: ganar la batalla. Ésta pasa a ser la principal prioridad de aquel que envidia; no se trata de qué conseguir, lo importante es conseguirlo, y la principal problemática se convierte en: ¿cómo conseguirlo?. Cuando el objeto envidiado puede conseguirse fácilmente con una compra o un trato, el trabajo es fácil; pero por el contrario, si el “preciado motín” no tiene precio, empieza lo que podríamos denominar un desequilibrio entre el yo emocional y el yo racional (quiero pero se que no puedo).
Agitación, nerviosismo, ira, inconformismo, ansias incombustibles,...Un cocktail de sentimientos y emociones que intentan llenar un vacío provocado por la INSATISFACCIÓN del momento.

La envidia puede alcanzar límites insospechados, hasta el punto de convertirse en el único pensamiento que alimenta nuestra vida. Esto puede suceder en situaciones donde el deseo de ocupar un cargo o una posición sea la principal prioridad. Por ejemplo, aspirar a ocupar un puesto de trabajo concreto, a representar una figura determinada en la sociedad, o a parecerse a una persona exitosa y admirada por los demás podrían ser algunos ejemplos. La envidia por ser aquello que es el otro y por llegar a ocupar su rol puede desencadenar un proceso de “pérdida” de identidad, provocando una mayor preocupación por el “me gustaría ser” que por el “quien soy yo” en realidad.
Cuando entramos dentro del terreno amoroso y familiar, la envidia fácilmente puede desencadenar la aparición de los celos. Por ejemplo, de pequeños podemos envidiar a nuestro hermano menor por recibir cariños y cuidados de todos, y posteriormente sentir celos por no poder convertirnos en el centro de atención de todas las miradas. En la edad adulta, se repite el mismo patrón; la única diferencia es que la envidia generada puede ser mucho más intensa y por ello, llegar a convertirse en autodestructiva. El niño tiene aún que aprender a controlar sus sentimientos, comprender qué papel ocupa en la familia y porqué el suyo es igual de importante que el de los demás. Una persona adulta ya posee la capacidad para autocontrolar sus emociones e impulsos, ya tiene aquellos instrumentos que le permiten ser un ser racional y maduro. De todos modos, la envidia llevada al límite puede llegar a inutilizar estos recursos personales y convertir al individuo en, como decíamos al principio, un simple súbdito de su propia ofuscación.

Por todo ello es muy importante partir de una buena base y poseer recursos personales. Para poder comprender la envidia como algo saludable, estimulante e inofensivo, debemos, ante todo, conocer la respuesta a estas cuatro preguntas:

- ¿Quién soy?
- ¿Quién quiero ser?
- ¿Qué me hace realmente feliz?
- ¿Cómo puedo mejorar “quién soy yo ”para llegar a ser “quién quiero ser”?

Piensa en ellas, respóndelas. Todos somos alguien ÚNICO en el mundo, alguien exclusivo e inimitable. Para saber quien somos podemos pensar en nuestras actitudes, en nuestro entorno, en nuestros seres queridos, en nuestras ambiciones, en aquellas cosas que nos hacen sentir bien, etc... Y a partir de aquí podemos pensar qué queremos mejorar de cara al futuro, siempre partiendo de quien somos AHORA.

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